10 de septiembre de 2013

Odio, rencor y guerra


por Cyntia Páez Otey

El Tratado de Versailles de 1919 mutiló el orgullo germano. La primera guerra mundial no sólo destrozó a Europa, sino que Alemania –la gran Alemania- quedó convertida en un imperio antaño poderoso y hoy en el suelo, literalmente, en el suelo. Francia y Gran Bretaña deben mantener el incipiente fuego alemán dentro de sus límites a punta de diplomacia: La Liga de las Naciones impone durísimas condiciones económicas y militares, mientras el socialdemócrata Friedrich Ebert acepta la humillación. Ebert muere en 1925 y el militar Paul Von Hindenburg asume como segundo presidente de la República de Weimar a los 64 años. Adolf Hitler, un casi desconocido militar y revoltoso joven político, no sólo avanza rápidamente con su partido nacionalsocialista hasta pelear la presidencia, sino que en escasos años el mismo Von Hindenburg se ve en la obligación de ofrecerle el cargo de Canciller en 1933. El resto es historia. Alemania, el águila negra, renace de las cenizas basado en el odio y resentimiento hacia quienes creyeron que el espíritu ario moriría. Hitler, el mesías que devolvería a Alemania merecido y glorioso pasado, usó la fuerza del odio y la guerra para rearmar al imperio empuñando la bandera de la voluntad de su pueblo.

Pero, ¿es realmente el triunfo de la voluntad? ¿Puede el pueblo desear y justificar el odio, la matanza y la guerra por orgullo nacional? ¿Puede el pueblo hacer algo contra ello sin ser aplastado por las mismas armas que defiende? ¿Puede el Estado estar detrás y defender a un gobernante que usa el poder para dañar a su propio pueblo? ¿Puede Bashar Al-Assad continuar actuando impune y sin control contra quienes debe proteger? La manipulación no es política y, sobretodo, no es diplomacia.

Durante los años 20 y 30, Adolf Hitler fue subestimado tanto por la comunidad internacional como por los líderes europeos. Uno de los personajes más influyentes del siglo XX, el inglés Winston Churchill, fue uno de los primeros en encender la alarma por el rearme alemán y obligó a Londres a invertir en mantener su superioridad militar, primordialmente a la RAF: You were given the choice between war and dishonour... you chose dishonour and you will have war”.  La invasión a Polonia colmó su paciencia y el 1 de septiembre de 1939 la negra capa de la guerra cubre Europa y pronto cubrirá el mundo entero de un modo u otro.

Hacia 1945, el genocidio queda al descubierto y las atrocidades cometidas contra los derechos humanos –ATROCIDADES (con mayúscula) contra miles de niños, mujeres, ancianos y enfermos; judíos, negros, gitanos, homosexuales- paralizan a quienes fueron testigos mudos del puño del Estado nazi. Sólo una pregunta rondaba sus cabeza: “¿Pudimos haber hecho más -o antes- para salvar estas vidas inocentes?”. La inacción es también una acción: es decidir hacer NADA frente a algo que está ocurriendo ante nuestros ojos. 

La DC y la espiral del Golpe



por Giovanna Flores Medina y Rodolfo Fortunatti
Cuando ocurrió el Golpe de Estado en Chile, con sus agresiones y la represión de halo deleznable, fue tal el rechazo que provocó en el mundo, que Gabriel García Márquez prometió no volver a escribir hasta que el general Pinochet dejara el poder. No pudo cumplir su promesa. Mientras la dictadura se prolongaba y consolidaba con su revolución neoliberal y su tratamiento de choque, el gesto testimonial del escritor colombiano perdía eficacia y sentido. Fue por eso que el Nobel se resolvió a escribir y a publicar, recién en 1981, su ‘Crónica de una muerte anunciada’.
‘Crónica de una muerte anunciada’ es el relato sobre el trágico final del bellísimo y joven Santiago Nasar a manos de los gemelos Pedro y Pablo Vicario, predestinados por fuerzas incontroladas a vengar la deshonra sufrida por su hermana Ángela. Nunca hubo una muerte más anunciada, se lee en la breve novela. Nunca hubo más envidia soterrada, abuso y desdén en clave flamenca, que en las acciones de los conocidos, amigos y enemigos. Nunca hubo más realidad criminal que realismo mágico, como en esta venganza, donde los victimarios pasaron, súbitamente, de la subordinación, silenciosa y concomitante, al odio. Todos en el pueblo sabían que los hermanos Vicario buscaban a Santiago para matarlo. Incluso ellos mismos, que a nadie ocultaban sus cuchillos de matarife, penaban porque alguien los liberara de su pesada carga. Pero los que pudieron haberlo hecho, no lo consiguieron, y quienes más lo desearon, no imaginaron cuán fatal habría de ser el desenlace, un drama que por largas décadas aguijonearía sus conciencias.

EL VÉRTIGO GOLPISTA

Aquella fue una verdadera tragedia. Desgraciada y funesta, como la que se representó en los escenarios de Chile hace cuarenta años. De ella también podría escribirse que nunca hubo un Golpe más anunciado. A fines de agosto de 1973, tras la renuncia del general Prats a la cartera de Defensa, y a la Comandancia en Jefe del Ejército, luego que la Cámara de Diputados declarara la inconstitucionalidad del gobierno de Allende, Radomiro Tomic le escribirá: «Como en las tragedias del teatro griego clásico todos saben lo que va a ocurrir, todos desean que no ocurra, pero cada cual hace precisamente lo necesario para que suceda la desgracia de lo que pretende evitar». Tomic, líder democratacristiano indiscutido del proyecto de unidad política y social del pueblo, no pudo anticipar mejor el devenir violento del asalto al Estado. Con el tiempo sabríamos que, ya en mayo de ese fatídico año, la CIA había movido sus piezas en el tablero de ajedrez y registraba su convicción de que «Allende no durará otros 30 días en su oficina» y que «Pinochet no será una piedra en el camino para el Golpe». A esas alturas, el destino había jugado sus cartas, y todo intento por salvar la fatigada democracia chilena parecía inútil, en especial cuando actores de derecha, tan poderosos y obcecados, tomaron en sus manos el propósito ideológico de poner fin a casi un decenio de progresiva revolución.
Durante cuatro décadas la falta de rigor histórico y las necesidades políticas de orientación, han alimentado, por algunos, el mito de la Democracia Cristiana chilena (DC) —unida a la CIA, la ITT y los dineros de campaña mal habidos— como una de los responsables o coadyuvantes políticos y criminales de la crisis del 11 de septiembre. La función de este mito ha sido clausurar el pasado a todo sondeo que desentrañe las responsabilidades que aún no se han salvado, lo que se ha traducido en una forma de silenciar ese pasado.
Más allá de sus declaraciones, siempre reaccionarias, y de sus fuerzas paramilitares, propias de elite, ya en febrero de 1973, el movimiento fascista Patria y Libertad advertía públicamente del Golpe de Estado. Su secretario general, Roberto Thieme, que —gracias a sus contactos con la CIA— manejaba información privilegiada acerca del estrecho resultado que arrojaría la elección parlamentaria del 4 de marzo, echaba por tierra las expectativas de la derecha de lograr los dos tercios necesarios para destituir a Allende, y postulaba un giro decidido hacia la vía insurreccional y sediciosa. Thieme calculaba que el Golpe de Estado, gatillado por el efecto combinado de una huelga general, semejante a la del Paro de Octubre, y de una intensa propaganda política que denunciara la ilegitimidad del gobierno, debería ocurrir hacia el mes de junio. Pero pocos le dieron crédito al aventurero y temerario Thieme, y a sus desprolijas acciones. Incluso hasta nuestros días la asonada del 29 de junio es vista sólo como un mal ensayo del que tuvo lugar en septiembre, en circunstancias que —y así lo confirma el dossierde la agencia norteamericana analizado por Carlos Basso en el libro ‘La CIA en Chile, 1970-1973 (Aguilar)’— fue realmente un Golpe fallido que costó decenas de muertos y heridos. El rol de la CIA, y su experimentada logística sobre los planes de quiebre institucional, de los “gremialistas”, del Partido Nacional y de Patria y Libertad, sería determinante.
Sin embargo, en marzo la democracia todavía contaba con una chance. El país había salido cansado y abatido de la agitada primavera del ‘72, cuando, en palabras del entonces ministro del Interior, Carlos Prats, «Chile estuvo al borde de un enfrentamiento muy cruento» o, en la lírica de Silvio Rodríguez,«un poderoso canto de la tierra era el que más cantaba». La expectativa cifrada en la elección de marzo era la de un plebiscito que contribuyera a desempatar el paralizante y ya insoportable equilibrio de fuerzas. Era el recurso institucional disponible, pues no se realizarían otras elecciones sino hasta la municipal de 1975, y la próxima presidencial debía verificarse en 1976. Pero aquel domingo de marzo la opositora Confederación Democrática obtuvo el 56 por ciento y el oficialista Partido Federado de la Unidad Popular el 43. El mensaje de la ciudadanía había sido salomónico: le dio la mayoría a la oposición, pero fortaleció la legitimidad de ejercicio del gobierno.

DEL DIÁLOGO A LA RUPTURA

Durante cuatro décadas la falta de rigor histórico y las necesidades políticas de orientación, han alimentado, por algunos, el mito de la Democracia Cristiana chilena (DC) —unida a la CIA, la ITT y los dineros de campaña mal habidos— como una de los responsables o coadyuvantes políticos y criminales de la crisis del 11 de septiembre. La función de este mito ha sido clausurar el pasado a todo sondeo que desentrañe las responsabilidades que aún no se han salvado, lo que se ha traducido en una forma de silenciar ese pasado. La sospecha recayó sobre la DC, actor crucial de la revolución popular más profunda ocurrida hasta ese momento, y sobre su amplia red de dirigentes, justamente por  detentar la colectividad la presidencia de ambas cámaras del Congreso.
¿Pero qué actitud asumió la Democracia Cristiana frente al nuevo escenario que emergió con las elecciones de marzo de 1973? Ofreció al gobierno lo que Bernardo Leighton llamó el camino del«consenso mínimo», vía consistente en conciliar en una plataforma común los planes de reforma de Allende y Tomic. La Unidad Popular ya había realizado su programa, y la Democracia Cristiana no tenía otro más que el de 1970, pero ambos proyectos permitían moderar las poderosas tendencias revolucionarias que luchaban por imponerse, en la dirección de un cambio reformador. La respuesta intransigente del gobierno vino en la voz del diario comunista El Siglo, que acusó a la falange de haber recibido apoyo financiero de Estados Unidos durante la campaña presidencial de 1964. Los ataques abrieron una brecha de tal profundidad con la DC, que terminaron minando la postura dialogante de la mesa conducida por el senador Renán Fuentealba, de visión más progresista, y precipitaron las condiciones de su derrota en la Junta Nacional del 13 de mayo de 1973. Con él también se neutralizaba parte de la propuesta —coincidente con la izquierda— de la llamada vía no capitalista de desarrollo como estrategia económica identitaria de la DC.
La tesis de «no dejarle pasar ni una al gobierno», representada por Patricio Aylwin, venció en aquella emblemática junta —quizás la más importante de su historia— por el 55 por ciento de los votos, marcando un punto de inflexión entre las dos visiones imperantes en la colectividad. La mayoría de los 800 compromisarios consiguió que se suprimiera del voto político toda referencia al «socialismo comunitario», pero cediendo a la voluntad del sector liderado por Fuentealba de repudiar explícitamente cualquier salida política al margen de la Constitución y que entrañara un Golpe de Estado, la guerra civil o el derrocamiento del gobierno. Al introducir —no sin conflictos— en el voto político el párrafo 14, que contenía esta expresa afirmación, se buscaba frenar a los minoritarios grupos internos que venían promoviendo la deliberación política o, en el eufemismo al uso, la «autonomía de funciones», de los institutos armados, grupos que liderados por el ex ministro de Defensa, senador Juan de Dios Carmona, controlaban sin contrapeso las orientaciones, los vínculos y la información del partido con los militares.
Fue precisamente Carmona quien planteó el 14 de junio —en vísperas del día originalmente pensado para la insurrección militar y que se pospuso para el 29 de junio, según los planes de la CIA— en representación de la colectividad, la ineficacia del diálogo, la inconstitucionalidad del gobierno, la primacía de la doctrina de la seguridad nacional, y la «legitimidad de la deliberación e insubordinación castrense». Fue sobre este fondo que se desató el movimiento sedicioso fraguado entre Patria y Libertad y oficiales del Ejército, la Armada y la Aviación, y cuyo objetivo era capturar al Presidente de la República y tomar el Palacio de La Moneda. Fue con ocasión de este sofocado alzamiento cuando el Presidente Allende hizo una advertencia que perturbó a las Fuerzas Armadas y a los partidos de oposición. Dijo entonces por cadena nacional: «¡Si llega la hora, armas tendrá el pueblo, pero yo confío en las Fuerzas Armadas leales al Gobierno¡». La fuerte admonición significaba que las armas estaban disponibles, que su monopolio ya no pertenecía a los militares, y que la eventualidad de un conflicto armado cobraba verosimilitud.
Que se descubriera una camioneta fiscal portando armas de origen cubano y checoslovaco, constituyó el inicio de una fría constatación. Se calculaba que las armas internadas superaban las 12 mil, aunque diputados como Claudio Orrego Vicuña las cifraban en 40 mil. Sólo el PC reconocería años después haber acopiado unas 4 mil. Podría agregarse que su eficacia llegó a ser ínfima a raíz de la rigurosa aplicación de la Ley de Control de Armas que, a cargo de las instituciones de la defensa nacional, logró limitar su distribución y empleo. La mayor amenaza de guerra civil no procedía pues de estas armas, ni de los milicianos extranjeros, ni del poder popular dual de un sector de la izquierda, que buscaba combatir la estrategia igualmente subversiva de la desobediencia civil ya ejercida por el Partido Nacional y Patria y Libertad.
Para muchos, el verdadero temor que llevó la sospecha y la desconfianza —estimuladas por fuerzas extranjeras— al límite de la irracionalidad, fue el riesgo de reeditar la revolución de 1891, cuando el Ejército se mantuvo leal al Presidente Balmaceda y la Marina se alineó con el Congreso. Esa conflagración civil, donde el Ejército fue derrotado, le había costado a Chile unas diez mil víctimas fatales.

EL JUEGO DE LOS ATAJOS INSTITUCIONALES 

Por ese miedo atávico de nuestra historia, el diálogo de agosto entre la Democracia Cristiana y el Presidente Allende no rindió frutos. Cuando Allende invitó a la colectividad a conformar comisiones de trabajo, ésta se rehusó por considerarlo una táctica dilatoria. La piedra del tope fue siempre la reforma industrial. El programa de la Unidad Popular contemplaba el traspaso de 90 empresas al área social; pero en septiembre ya eran 430 las industrias en manos del Estado. Por eso, la DC condicionaba su colaboración con el Presidente Allende a la promulgación de la reforma constitucional de las tres áreas de la economía, la que éste se negaba a firmar pues aquello importaba la acreditación del quórum parlamentario para su propia destitución. En algún momento, en un intento por destrabar la negociación, el propio senador Fuentealba sugirió que el Presidente no estaba obligado a promulgar la reforma. Y reafirmando la institución presidencial, pocos días antes del Golpe, Eduardo Frei declarará: «Para que Chile emerja de la presente crisis se requiere un cambio de gobierno; no de Presidente».
A mediados de agosto, el conflicto entre la oposición y el gobierno se hacía insostenible, e incluso The New York Times, en su editorial «Chile al borde del abismo», echaba de menos liderazgos que pudieran evitar una guerra civil. Mientras el Presidente denunciaba los excesos de la extrema derecha y de la ultraizquierda, aseguraba al país que confiaba en la verticalidad del mando militar, e insistía en  incorporar a los militares a su gabinete. Fue así que la Cámara de Diputados, temiendo la alineación de los militares con el gobierno, emitió una declaración el 22 de agosto, denominada ‘Acuerdo sobre el Grave Quebrantamiento Constitucional y Legal de la República’, que apremió el desenlace del proceso político. El libelo promovido y redactado por el Partido Nacional, concitó la adhesión de toda la oposición. Fue un juicio político que desbordó las facultades fiscalizadoras del Congreso, controvirtió las bases jurídicas de la Constitución de 1925, y originó la renuncia de Prats, principal soporte de la política de defensa de Allende. Todo cuanto se especule a partir de este momento a favor del diálogo, del plebiscito, de la renuncia de los parlamentarios a sus cargos, será argumento vacuo. La izquierda había sido desarmada y vagaba perpleja ante un futuro incierto.

LA JUNTA MILITAR Y LAS DOS VISIONES DE LA DC

La directiva nacional declaró que el Golpe había sido consecuencia del desastre económico, el caos institucional, la violencia armada y la crisis moral a la que el gobierno depuesto había conducido al país. Expresó su confianza en que las Fuerzas Armadas devolverían el poder al pueblo soberano, y respaldó a la Junta Militar, argumentando que su instauración interpretaba el sentir del país y que todos debían contribuir a su patriótica tarea. Una semana después, Patricio Aylwin dirá a Il Corriere della Sera, que «el Gobierno de Allende había agotado la vía chilena al socialismo y se aprestaba a consumar un autogolpe para instaurar por la fuerza la dictadura comunista». Seguidamente, confesará su temor de que se hubiera replicado en Chile el ‘Golpe de Praga’, y afirmará que las Fuerzas Armadas, contraviniendo su tradición, se vieron obligadas a intervenir.
No obstante, el día 13 de septiembre un grupo de democratacristianos, encabezados por Bernardo Leighton, Radomiro Tomic, Renán Fuentealba, Andrés Aylwin, Mariano Ruiz-Esquide, Ignacio Palma y Belisario Velasco, repudió y condenó el derrocamiento del Presidente constitucional. Rechazó el Golpe y sus justificaciones, sobre todo aquellas que prestaron legitimidad a los excesos de la extrema derecha y de la ultraizquierda, y reivindicó el proceso de reformas iniciado en 1964 como conquistas de la democracia.
Una y otra visión coronaron las dos lógicas que intervinieron en la dialéctica democratacristiana, y cuyas consecuencias aún persisten. La de no dejarle pasar ni una al gobierno, que temía a la amenaza totalitaria, y la del consenso mínimo, más preocupada por una involución de sello fascista. La de una oposición categórica, y la de una colaboración dialogante. Acaso el principal error de la Democracia Cristiana haya sido el no haber comprendido que ella era el eje de la política nacional, la fuerza dotada de legitimidad y poder para conducir y superar la crisis; la que, siguiendo la metáfora de una muerte anunciada, podría haberle abierto las puertas a la despavorida y ya exhausta voluntad de entendimiento.
Al partido de Frei, Tomic, Leighton y Palma se le podrá criticar un talante revolucionario de baja intensidad, una escasa disposición al diálogo, una dogmática defensa de las instituciones, una propensión a aliarse con la derecha, animada por temores reales o ficticios a una amenaza totalitaria, incluso una irresolución en momentos difíciles, pero no se le puede juzgar por su inconsecuencia con una lucha armada que no compartía, y para la cual no estaba preparada ni ideológica ni materialmente. Pero, como diríamos, parafraseando a Carlos Altamirano, uno de los cerebros más lúcidos de aquel convulso periodo, algunos seguirán durmiendo tranquilos mientras puedan culpar a la Democracia Cristiana de conspirar con los sediciosos, de servir a la CIA y a la ITT, y de aliarse con la reacción y el imperialismo. Es la función del mito, reafirmar identidades colectivas, a veces petrificando la memoria sobre los hechos, a veces convirtiendo en rituales las motivaciones ideológicas de sus protagonistas, para, de este modo, ocultar sus propias responsabilidades en la tragedia.

Conflicto en Siria y rol de la diplomacia

por Cyntia Páez Otey

Mantener la paz y seguridad internacional es la tarea primordial del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas. De los 15 miembros, fueron cinco quienes fundaron las bases para establecer este mecanismo de diálogo tras los acontecimientos bélicos del Eje a mediados del siglo XX. “Los Cinco Grandes” —ChinaFranciaFederación Rusael Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte los Estados Unidos de América— como miembros permanentes tienen “poder de veto” o, en palabras simples, las decisiones adoptadas por ellos deben ser unánimes. Si uno se opone a una medida, no es adoptada (a menos que se abstenga y el trámite puede ser presentado a los otros diez miembros no permanentes o rotatorios del Consejo). La Siria de Bashar Al Asad cuenta con el apoyo de dos miembros: China y Rusia. De hecho, el presidente ruso, Vladimir Putin, afirmó que no descarta defender la soberanía de Siria ante un ataque militar exterior colaborando incluso con armas y cooperación económica.
Frente al evidente estancamiento del caso sirio y la urgente necesidad de actuar en favor de la población civil, existen tres caminos posibles tras la accidentada visita de los observadores de las Naciones Unidas a Damasco.
Aún cuando la situación humanitaria es urgente, mientras estas dos potencias protejan a Al Asad, es difícil que el Consejo asuma la responsabilidad internacional que le cabe frente a las atrocidades de la guerra que el mundo conoce. Ello explica también la lentitud de acción. La labor diplomática se distingue de la labor militar en que una se basa en el diálogo y negociaciones —lo que siempre implica voluntad de ambas partes a lograr la resolución pacífica de controversias basado en lograr acuerdos que beneficien a las partes sin atropellar sus intereses y evitando un enfrentamiento mayor— y la otra en base a la fuerza, imposición y agresión, que bien puede ser efectiva a corto plazo, pero con altísimos costos en recursos y vidas humanas.
Frente al evidente estancamiento del caso sirio y la urgente necesidad de actuar en favor de la población civil, existen tres caminos posibles tras la accidentada visita de los observadores de las Naciones Unidas a Damasco:
  1. Convencer a Al Asad de la conveniencia de una salida pacífica a la guerra civil. Lo que implica deponer los ataques e iniciar un proceso de transición democrática bajo la mirada de observadores internacionales.
  2. Convencer a la ONU —especialmente a Moscú y Beijing— de la vía armada como única opción frente a un líder prepotente, imparable en su influencia dentro del territorio sirio y que no respeta los frecuentes llamados de Ban Ki-Moon a deponer la violencia y represión contra su pueblo, aun cuando una intervención internacional implique violar el territorio sirio, tensionando a Medio Oriente y obligando la reacción (o sobrerreacción) de otros actores, particularmente Irán, otro aliado de Al Asad.
  3. Dejar que —como en el caso de Irak— Estados Unidos, Reino Unido y Francia actúen demotu proprio mientras el mundo se divide entre quienes apoyan la incursión militar y quienes la rechazan. Esto provocaría una oleada de críticas a la Organización de Naciones Unidas y su real utilidad frente a conflictos armados que requieren acción rápida. Voces reclamarían una perentoria reforma a la ONU —acorde a los avances tecnológicos de la comunicación, inmediatez e intercambio de la información vía redes sociales; innovación e inversión en el negocio de las armas y facilidades de transporte; migraciones y flujo de capitales, etcétera— pero, en especial, que deje de ser un foro pasivo que discute temas latamente, a uno activo, comprometido, que movilice al mundo contra la barbarie y el dolor.
Lo cierto es que aún es tiempo de actuar: en dos años de conflicto entre rebeldes sirios y el gobierno, 7 mil niños han muerto. La diplomacia DEBE salvar vidas y DEBE obligar a los países —particularmente a las potencias mundiales— a ser responsables y a actuar en pro de intereses mayores que la economía o la geopolítica: DEBE actuar en pro de la paz.

24 de julio de 2013

Lo que una ama: una novela de mujeres que aman a otras mujeres

En una cultura marcada por el consumismo y la repetición de esquemas foráneos, las distintas protagonistas buscan insistentemente el amor y la libertad. No es fácil encontrarlos, a pesar de que no hay amor sin libertad, y porque existen muchos obstáculos para alcanzarlos de forma plena.
por El Mostrador
Lo que una ama (Chancacazo Publicaciones, Santiago de Chile, 2013), es la primera novela del joven escritor chileno Salvador Young Araya. Queda reflejado en esta obra un aspecto de la sociedad chilena, un sector del complejo mundo que es una sociedad y, por lo mismo, la novela supera lo anecdótico y lo costumbrista. Muestra la búsqueda de una parte de la juventud de clase media y alta que, a través de la sexualidad, quiere vivir de modo diferente. En específico, revela el mundo homosexual, principalmente femenino. Para este mundo, ser heterosexual, corresponde a algo tradicional, normativizado y más bien aburrido.
En una cultura marcada por el consumismo y la repetición de esquemas foráneos, las distintas protagonistas buscan insistentemente el amor y la libertad. No es fácil encontrarlos, a pesar de que no hay amor sin libertad, y porque existen muchos obstáculos para alcanzarlos de forma plena. Una de las parejas, fracasa; otra, sigue intentándolo y no sabemos si lo logrará. La vida humana consiste en ese intento más que en su consecución definitiva.
Tras el tema principal, aparecen otros apenas esbozados, como la búsqueda del ser latinoamericano, el de nuestra identidad cultural, la tendencia a copiar y a vivir enajenados, una característica propia de las culturas periféricas; las actitudes de las familias o de una madre frente a la rebelión de los hijos adolescentes; el descubrimiento de Valparaíso o de Buenos Aires, entre otros. Una francesa de Normandía visita Chile y quiere encontrar el ser latinoamericano que ha entrevisto a través de la literatura y de eso que se ha llamado “realismo mágico”. Le cuesta encontrarlo en un Chile más prosaico que mágico, aunque finalmente tiene algunos vislumbres.
Una sociedad como la chilena, que intentó la liberación política y que fue reprimida violentamente en 1973, y que implementó un modelo neoliberal en el que rige el imperativo de enriquecimiento y de consumismo compulsivo, de individualismo y de olvido, busca en la actualidad, a través de los movimientos de libertad sexual y de defensa del derecho a la diferencia, lo que antaño frustró en el terreno estrictamente político. También la vivencia de la sexualidad es política pues, como nos lo recuerda Foucault a través de su fulgurante obra, se trata de una construcción social. Precisamente la Teoría Queer, seguida por algunos jóvenes chilenos protagonistas de la novela, sostiene que “el género de las personas es el resultado de una construcción social y que, por lo tanto, no existen papeles sexuales esenciales o biológicamente inscritos en la naturaleza humana, sino formas socialmente variables de desempeñar uno o varios papeles sexuales”. Hay, pues, una ruptura con cualquier forma de naturalismo o de biologismo y unaafirmación de la contingencia y de la libertad en las opcionessexuales y en la configuración de la propia identidad personal.
Más allá del éxito o fracaso de estas búsquedas de liberación está el eterno tema del encuentro amoroso, sea hétero u homosexual, y de los problemas que lo rodean, especialmente en aquellos que Bauman llama “amores líquidos”, propios de una posmodernidad que prioriza lo efímero y lo virtual. La novela no afirma ni niega la posibilidad del amor, pero sí muestra sus dificultades, sus contradicciones y sus impedimentos en el momento actual.
Exitoso es el intento de Salvador Young de escribir con valentía sobre un tema que, a pesar de los avances, sigue siendo tabú: las preferencias no convencionales ni tradicionales de vivir el deseo y el amor, la pareja y la sexualidad. Con seguridad que a una mentalidad mojigata esta novela le parecerá escandalosa, pero sea bienvenido el escándalo si con ello contribuye a afirmar un principio básico de la moral: que la libertad es su fundamento.
También es muy loable en esta novela el estilo ligero, dinámico, móvil, pluricéntrico, de una escritura que se busca en su propio quehacer. Su lectura es placentera y, pese al entramado de diferentes historias, se mantiene el interés y la emoción hasta el final.

16 de mayo de 2013

“Pitutos” internacionales: ¿Facultad presidencial?


por Cyntia Páez Otey

Algo huele mal en esto de los nombramientos de exclusiva responsabilidad del Presidente de la República. Son de su confianza y se mantienen en esos cargos mientras cuenten con ella.  Pero, ¿es suficiente ese criterio para designar a personas cercanas –familiares, amigos o como pago por favores políticos- en cargos clave para los intereses de Chile? ¿Podemos confiar en que el buen criterio de la autoridad será más fuerte que dar trabajo a un político caído en desgracia o como premio de consuelo?

Si bien el nepotismo es una práctica habitual, con larga data histórica y extendida latamente en nuestro entramado nacional –a todo nivel, incluso socialmente aceptada, a pesar de las declaraciones ético-morales del tipo yo no lo hago o de la manipulación de concursos públicos a favor de ciertos “perfiles” distintos a la formación académica o experiencia laboral (entiéndase hijo de… o amigo de…)–, dicha práctica podría ser sumamente perjudicial si los intereses de Chile dependiesen de los conocimientos y méritos de los beneficiados.

Felipe Bulnes como agente de Chile ante La Haya
“Tiene las capacidades” afirmó Piñera al comunicar que Felipe Bulnes (RN) –ex abogado de Cencosud en el caso por aumento unilateral de la comisión por mantención de la tarjeta Jumbo Más mientras Laurence Golborne era Gerente General del holding; ex ministro de Justicia (2010-2011); ministro de Educación(2011) hasta que su mal manejo en las negociaciones con los estudiantes secundarios y universitarios obligó al Presidente a sacarlo del cargo, sólo cinco meses después de su designación, antes que la contingencia política lo obligara a dimitir; y actual embajador de Chile en Estados Unidos– será quien asuma como agente de Chile en La Haya por la demanda marítima que Bolivia presentó ante el máximo tribunal de Justicia de la Organización de Naciones Unidas.

Actualmente, frente a similar amenaza a nuestros intereses territoriales como lo es la demanda por delimitación marítima presentada por Perú en 2008 y cuyo fallo se hará público dentro de dos meses más, el agente de Chile ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) es Albert Van Klaveren, abogado de la Universidad de Chile, diplomático con Máster en Relaciones Internacionales de la Universidad de Colorado (Denver, EE.UU) y Doctor en Ciencia Política de la Universidad de Leiden (Holanda), académico del Departamento de Relaciones Internacionales de la Universidad de Chile y ex subsecretario de Relaciones Exteriores entre 2006 y 2009. También ha sido embajador en Bélgica, Luxemburgo y Unión Europea.

Su labor es además apoyada por la co-agente de Chile, María Teresa Infante Caffi, abogada de la Universidad de Chile con estudios de postgrado en el Instituto de Altos Estudios Internacionales de Ginebra (Suiza), Profesora de la Universidad de Chile y de la Academia Diplomática de Chile “Andrés Bello”, ex directora del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile y actual presidenta de la Sociedad Chilena de Derecho Internacional. Antes de asumir la defensa de Chile, era Directora Nacional de Fronteras y Límites de la Cancillería. Además, es autora de dos libros, una decena de capítulos colaborativos y artículos especializados sobre derecho internacional, integración física, derecho del mar, Antártica y fronteras.

Si pensamos que, como dijo Platón, contamos con autoridades que anteponen la razón y el bien común sobre cualquier otro interés en pos de un Estado ideal, como ciudadanos podríamos estar tranquilos y aceptar que nos gobierne –a ojos cerrados– un rey-filósofo, un líder moral, de juicio justo y confiable. Pero, frente a los hechos actuales y las luchas políticas por poder, influencia y dinero, es necesario que cada uno de nosotros fiscalice el actuar de nuestros cada vez menos representativos políticos.

La misma lógica podríamos aplicar al ofertazo presidencial a Laurence Golborne para aceptar el cargo de embajador ante la OCDE- ya se le informó a Raúl Sáez, Magíster en Economía de la Universidad de Chile, Doctor en Economía de la Universidad de Boston (Estados Unidos) y parte del equipo del Ministerio de Hacienda que negoció el ingreso de Chile a la OCDE, el cede de sus funciones-  en momentos en que la Cancillería busca modernizarse y dar más espacio a los diplomáticos de carrera –sí, aunque usted no lo crea, para ser diplomático se debe estudiar y harto– en desmedro de los nombramiento políticos, porque, seamos francos: no es lo mismo trabajar en una embajada donde tu jefe sabe, hace, dice (en varios idiomas si es necesario) y hace; que una donde el embajador, la más alta autoridad de la legación, no tiene idea qué hacer. Y nadie aprende en 8 meses.

Afortunadamente, Golborne rechazó el cargo, pero no porque no mereciese ese puesto, sino porque es impresentable que acepte un cargo en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) que ha criticado vehementemente la existencia de paraísos fiscales como el de Islas Vírgenes, donde el ex precandidato presidencial tiene intereses en la empresa Sunford Management Corporation. Se trata de un típico caso de incompatibilidad de intereses. Además, aprovechó la atención mediática para anunciar su retiro momentáneo de la actividad política para que la oposición no lo utilice como carne de cañón en año electoral. Todo un servidor público.

Todo esto me recuerda otros extraños casos.

Jean-Paul Tarud y Sebastián Dávalos: Los hijos de…
Nombrado por el ex canciller, Alejandro Foxley, durante el gobierno de Michelle Bachelet, el embajador de Chile en Emiratos Árabes Unidos, Jean-Paul Tarud –hijo del diputado Jorge Tarud (PPD), ex embajador en Arabia Saudita y miembro de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara Baja- está hoy en el ojo del huracán por la noticia de un negocio increíble del Estado de Chile: venta de agua de la Patagonia a un grupo empresarial de Qatar. GRAN PLOP. Incluso, la Cancillería debió emitir un comunicado donde explica que “ante versiones de prensa que informan de un supuesto proyecto del Gobierno de chile para exportar agua de la Patagonia a terceros países, el Ministerio de Relaciones Exteriores y su embajador en Emiratos Árabes, Jean-Paul Tarud, descartan que dicha información sea efectiva”. Como siempre, la culpa es de los periodistas: “(como consignan) versiones periodísticas que, al parecer confundieron las intenciones de una empresa privada de Qatar con un plan del Estado de Chile”. Además, agregan que el embajador Tarud, desmiente haber emitido declaraciones que se le atribuyen sobre el tema y menos haber efectuado un ofrecimiento que involucre al Estado de Chile. ¡Estos periodistas!

El recientemente fallecido embajador de Chile en Suiza, Enrique Melkonián, y ex presidente de la Asociación de Diplomáticos de Carrera (Adica), ya había expresado su preocupación por este nombramiento: “Hay gente de 32 años que puede tener muchos atributos, pero la diplomacia es una acumulación de experiencias, de vivencias, de conocer los códigos internacionales, de masticar diariamente los códigos donde uno se mueve. Por eso embajadores de 32 años no vamos a encontrar muchos en la paleta mundial. Eso se lo puedo asegurar (…)Yo soy un hombre que llevo 35 años de carrera, soy abogado, tengo postgrado, he vivido en 12 países. Soy un hombre curtido. Así que aspirar a que desaparezca el nepotismo es como pretender pellizcar vidrios y no tengo esos niveles de candidez e ingenuidad. Pero sí aspiramos a que la profesionalización sea integral y que los casos de nepotismo o pitutos, sean estrictamente los mínimos, incluso, los vamos a cuestionar si existen, porque hay que mantener una línea conductual”.

O cómo olvidar a Sebastián Dávalos, hijo de la misma ex presidenta Michelle Bachelet, cientista político de una universidad privada y que ingresó en 2005 (cuando era precandidata presidencial) a realizar su práctica profesional en la Dirección General de Relaciones Económicas Internacionales (Direcon) del Ministerio de Relaciones Exteriores–pagada a diferencia de muchos otros alumnos que, entonces y hoy, sólo reciben vales de almuerzo para “canjear” en el casino de la Cancillería-, integrar el equipo negociador del TLC con Japón y luego por su “extraordinario desempeño”, en calidad de funcionario a contrata de la Cancillería, ser incluido en el Departamento de la Organización Mundial de Comercio (OMC) con sede en Ginebra, Suiza.

Así tantos.

Seamos consecuentes. Tal vez sea hora de que así como luchamos por la calidad de la educación, seamos capaces también de bien utilizar el producto final de esa inversión; esos profesionales, especializados y con postgrados que son ignorados por el sistema porque otros, quizá con mejores apellidos, contactos políticos o, como Roberto Carlos, con un millón de amigos (laboralmente bien ubicados e influyentes, obvio), no dan espacio siquiera a concursar en igualdad de condiciones. Luego de una buena educación, es necesario un buen trabajo que aproveche los conocimientos adquiridos y la experiencia. Una verdadera méritocracia, no más una dedocracia ¿Podemos exigir como chilenos que, por lo menos cuando se trata de nuestro país, sean los más idóneos quienes nos defiendan y protegan los intereses de todos los chilenos? Como diría Golborne: ¡Es posible!

Chile: Las exigencias de la actividad internacional

por Alberto Sepúlveda A.*

Chile ha tenido, en las últimas tres décadas, un explosivo crecimiento en su PIB que lo ha colocado a la cabeza de América Latina, tanto en sus ingresos como en la casi totalidad de los indicadores sociales como, esperanza de vida, calidad de sus sistemas educacionales o en lo referente a la cobertura en salud.

Esta situación se debe a su inserción en la economía global, a la internacionalización de las actividades de las empresas chilenas, que hoy tienen más de 70.000 millones de inversión externa, a la exportación de bienes y servicios, etcétera. 

Se calcula que más de dos tercios del PIB chileno deriva de sus actividades relacionadas con la globalización. Y, sin embargo, el país no ha evolucionado hacia la creación de un Sistema de Relaciones Internacionales y ello constituye una gran limitación para el crecimiento sostenido de la economía y para la elaboración de de una política exterior con el grado de sofisticación adecuado a la nueva.

Vamos dando algunos antecedentes: 

-El presupuesto del Ministerio de Relaciones Exteriores ronda en el 1% del presupuesto total del Estado, tal como ocurría hace cinco décadas.

-El personal de diplomáticos de carrera es unas 500 personas. Hoy Chile es el país del planeta que cuenta con la mayor cantidad de Tratados de Libre Comercio ( TLC´s) y Acuerdos de Complementación  Económica ( ACE) y ello ha implicado abrir Embajadas u Consulados en Asia, Europa del Este y ahora África y una mayor presencia ante los organismos internacionales, muchos de ellos de reciente creación. Y, sencillamente, no hay personal.

- La Agencia Chilena de Cooperación Internacional cuenta con recursos tan escasos que ha habido años que sólo podía pagar los sueldos del personal y realizar actividades financiadas por otros Estados mediante la triangulación de servicios. Todo ello en momentos en que la cooperación internacional es uno de los instrumentos más importantes de la actividad de un país moderno.

- En Chile no existe ningún departamento dedicados a la investigación y planificación de nuestras relaciones internacionales, ni en el Estado , ni en el sector privado, ni en las instancias universitarias. En la Cancillería existe una Dirección de Planificación pero no es un organismo de planificación diplomática. Esta situación es sumamente grave ya que deja abierto el campo a la improvisación.

-En Chile no hay ningún Doctorado en Relaciones Internacionales, apenas cuatro Maestrías en la Disciplina y apenas una Licenciatura en ese campo. Esta situación contrasta con las tendencias mundiales e incluso latinoamericanas . Es así que en  Brasil hay más de diez mil alumnos en programas de estudios internacionales, varias Licenciaturas , Maestrías  y Doctorado. Algo similar existe en México y, en un grado menor en Argentina, pero muy superior a la situación chilena.

-En Chile no existen mecanismos de financiamiento para la redacción de libros, para su impresión y redes de distribución. En lo referente a revistas está  “ Diplomacia”, de la Academia Diplomática que bajó de seis números al año, con un tiraje de cuatro mil ejemplares a uno al año con un tiraje de  mil ejemplares. Hay que dejar constancia que las Revistas de la Marina, del Centro de Estudios e Investigaciones Militares (CESIM) y de la Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos (ANEPE) publican ensayos y artículos  sobre temas internacionales, en forma esporádica.

Sin embargo en lo referente a publicaciones en Internet el panorama es más positivo ya que existen varias publicaciones regulares de alta calidad como “ Apuntes Diplomáticos”, de la Academia Diplomática, ”Realidad y  Perspectivas” del programa internacional de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, “Informativo Celare” del Programa de Relaciones  América Latina- Europa , la revista del Programa de Estudios Latinoamericanos sobre China de la Universidad Andrés Bello y ahora se une la  “Revista de ACHEI”.

-FONDECYT financia al año menos de diez investigaciones parciales sobre estudios internacionales, cantidad ínfima del total de proyectos que aprueba. Además los evaluadores no son especialistas en relaciones internacionales.

-Una de las novedades del mundo moderno ha sido la aparición de organismos internacionales en el ámbito de la Ciencia Política, de las Ciencias Sociales o de las Relaciones Internacionales, como en nuestro caso de ACHEI, FLAEI o WISC (Comité Mundial de Estudios Internacionales en sus siglas inglesas). Los Congresos y Seminarios de estas asociaciones son enormemente importantes ya que ahí se fija la  Agenda Mundial de los temas que se estiman prioritarios. Y, de hecho, han sido instrumentos de las grandes potencias para legitimar e imponer concepciones que promueven sus intereses.

Por ello que los países globalizados financian estos eventos y la participación de especialistas partiendo por lo mínimo:  El pago de pasajes y gastos de estadía.En Chile no existe nada parecido y la tónica ha sido la de estar ausentes de esos eventos, situación altamente peligrosa . Prefiero no ahondar en la materia.

En el pasado se argumentó que el país no tenía recursos para abordar las expensas que imponía el desarrollo de estas actividades y de las instituciones que hay que crear o promover. Esta argumentación podría tener cierta validez cuando Chile tenía una economía cerrada y las exportaciones de cobre eran monopolio de empresas de propiedad extranjera.

Hoy el cuadro es radicalmente distinto.Nuestra prosperidad depende de la eficiente inserción en el mundo, no sólo  en los aspectos económicos, también en los políticos, culturales y científicos.Y debemos responder a los nuevos desafíos que enfrentamos.

*Doctor en Ciencias Políticas y Sociología
Presidente de la Asociación Chilena de Especialistas Internacionales (AChEI)
Vicepresidente de la Federación Latinoamericana de Asociaciones de Estudios Internacionales (FLAEI)

Andreotti, Moro y la ‘realpolitik’ demócrata cristiana

por Giovanna Flores Medina

Con la muerte de Giulio Andreotti este pasado 6 de mayo no sólo se cierra un ciclo de la política italiana, sino también una parte de la historia de la Democracia Cristiana internacional. Si durante cuatro décadas la DC itálica logró ser el único partido que gobernó ininterrumpidamente en toda Europa, entre 1948 y 1993, las glorias y miserias de ese paradigma se encarnan en una sola persona: Andreotti. No hay otras visiones: la suya, es una larga vida de culto al poder, de maestría en la realpolitik, que lo erigieron en el símbolo de la primera república. Siete veces presidente del consejo de ministros, el joven humilde de la Ciociaria jugó con su inteligencia, como ningún otro, el rol de El Príncipe. Al lado de Dio e con il Diavolo por consejero, como gustaba ironizar, sus sospechosas amistades le situaron siempre bajo la sombra de cierta criminalidad: el Vaticano, la masonería de derechas, Kissinger, los dictadores latinoamericanos y los árabes, y, por supuesto, la mafia. Todos siempre estuvieron conectados con él, despertando la suspicacia y la inspiración de una nutrida creatividad artística que encuentra en el film ‘Il Divo, la espectacular vida de G. Andreotti’ su máxima referencia.
Sin embargo, es su estrepitosa caída la que mayor significado tiene como síntoma —y detonador— de la decadencia del sistema político de Italia. Un largo proceso de descrédito y fragmentación que empezó hace 35 años. Fue el 9 de mayo de 1978, cuando aparece muerto, su camarada, Aldo Moro, que se abre una herida en el corazón del Estado. Su ejecución por las Brigadas Rojas, es una manifiesta advertencia contra la tesis del Compromesso Storico y el primer intento de un gobierno de coalición entre la DC y los eurocomunistas.
Entonces, Moro presidente del partido y defensor del pacto y Andreotti, que, si bien encabezaría el gobierno, nunca lo propició, se vieron finalmente enfrentados. Cada uno representó las dos formas opuestas que conflictúan a la DC hasta nuestros días. Sin preverlo, el paradigma andreottiano cimentó el camino de su destrucción. Su consecuencia más grave fue abrir las puertas al vendaval del neoliberalismo y su mirada de la política al servicio del mundo de los negocios y la concentración de la riqueza. El máximo representante de esta nueva realpolitik es Silvio Berlusconi, “Il papi”, y su modus vivendi hoy llamado por algunos como la videocracia.


GIULIO, EL CULTO AL PODER, VERSUS EL PESO MORAL DE ‘IL CARO’ ALDO

Tras el referéndum que termina con la monarquía en Italia, la DC se consolida como la mayor fuerza política y es, sobre todo, gracias a su Constitución y diseño programático que el discurso de la justicia social pasa al centro de la coyuntura pública. En ese escenario, de posguerra, las figuras de Moro y Andreotti derivaron en distintos modelos del control político, lo que inevitablemente se exportó a América. Mientras Il divo Giulio, —Belcebú o el Papa negro según ironizaban los cronistas y férreo anticomunista—, adecuó el uso del poder a cada tiempo, llevando el partido hacia el centro y el statu quo, Moro construyó un perfil antagónico.

Il caro —el querido— Aldo, abogado y editor de prensa escrita al igual que Giulio, ejerció el rol de un estratega progresista de largo aliento. Ya en la década del 40 defendía la incipiente constitucionalización de los derechos fundamentales —incluso antes de la Declaración Universal de Derechos Humanos—, la urgencia de una reforma agraria del sur del país y una nueva política penal contra la mafia. Con los años, sus posiciones fueron combatidas por los ímpetus derechistas de la corriente andreottiana, cuya predilección por el diálogo pro EE.UU, la curia vaticana y la mafia al servicio del anticomunismo se consolidará sin pudor.

Lo irreconciliable de las posiciones de ambos líderes sería evidente en la década del 70, los años de plomo, cuando las calles de Roma, Milán, Padua y Turín conocieron de los atentados terroristas. Entonces, la ciudadanía estaba convulsionada por la emergencia de la lucha armada de las Brigadas Rojas (ultraizquierda) y la acción paramilitar de Propaganda Due (P2), una selecta logia masónica de extrema derecha, que propugnaba la “transformación autoritaria del Estado”, tan cercana a la CIA como a los golpistas latinoamericanos de la época.
En esa coyuntura, Moro, jefe de gobierno en 1963 y nuevamente electo en 1976, se opuso a cualquier acercamiento con la derecha, fuera la italiana, la del resto de Europa o la norteamericana. En su diseño estratégico, seguir conciliando con esas fuerzas y mantenerse en el centro implicaba un retroceso que contrariaba los principios ideológicos de justicia social de la DC y, sobre todo, alejaría al electorado: la enorme masa “operaia” sindicalizada (obreros) y el nuevo mundo de los universitarios provenientes de la reforma educacional. Lo importante era potenciar el vínculo con esa masa crítica en ciernes, ávida de reivindicaciones y capaz de apoyar las reformas de la justicia social —según el modelo DC— sin caer en una guerra civil. Esto, ya que la grave experiencia del golpe militar de 1973 en Chile y su desenlace fatal de represión debía ser evitado en Italia, cerrando la vía violentista y más ultraderecha.

En materia internacional, Moro, fue un crítico de las intervenciones de EE.UU., ante cualquier peligro inminente de comunismo, especialmente bajo la influencia de Kissinger. En efecto, el controvertido premio nobel de la Paz recuerda en sus memorias que Moro siempre le ofreció nula amistad, siendo tan diferente a Andreotti, al que sí califica como un estrecho colaborador. Resulta así innegable que Il caro Aldo, en aquel tiempo, fue un nexo público con la resistencia demócrata cristiana e izquierda latinoamericana. En tanto, Andreotti, con intermitencia trataba el tema directamente con Licio Gelli de P2, parte de la curia vaticana más ultraderechista o con otros amigos de los gobernantes, siempre fiel a su lema “el poder se ejerce sin dejar huellas”.

LA EJECUCIÓN DE MORO, LA ADVERTENCIA CONTRA EL COMPROMESSO STORICO Y CHILE

El revuelo mundial provocado por la ejecución de Moro es la mayor sombra que pesa sobre Il divo. A partir de ese 9 de mayo de 1978, queda de manifiesto el rechazo y la advertencia internacional contra cualquier propuesta programática en la DC, que incluyera las fuerzas de izquierda. En efecto, Moro fue el precursor junto a Enrico Berlinguer, fundador del eurocomunismo itálico, de un pacto de gobierno, conocido como el compromesso storico. Un estatuto de garantías mutuas de gobernabilidad, que legitimaría el paso hacia reformas sociales más definidas, y que significaba conformar, por primera vez, un consejo de ministros encabezado por el mismo Giulio Andreotti e integrado por algunos líderes comunistas. El viraje hacia la centroizquierda aseguraría un partido con mayor rendimiento electoral y legitimaría las reformas sociales ante los sectores más centristas.

Moro fue capturado el 16 de marzo de ese año, justo la mañana en que se votaba en el Parlamento la moción de confianza para dar paso al gobierno DC-comunistas, sin embargo el auto de Moro fue interceptado, muriendo su chofer y 4 escoltas. Nunca llegó a la votación. Pasaría 55 días en manos de las Brigadas Rojas, las que lo sometieron a un proceso revolucionario y finalmente lo condenaron a la ejecución. En ese tiempo no sólo se sucedieron las tratativas solicitando la absolución y entrega de 13 brigadistas rojos que estaban presos a cambio de liberar a Moro con vida, sino también se conoció, a través de sus cartas, la pugna de poder al interior de la DC. Ello, pues Andreotti y Francesco Cossiga rechazaron negociar con los captores, ya que implicaba una señal de debilidad ante los grupos anti-Estado. Hasta Yasser Arafat de la OLP se ofreció como intermediario e incluso gobiernos nórdicos le aseguraban asilo y protección al democristiano una vez que fuera liberado. Pero nada aplacó la negativa del partido y abandonaron la vía conciliadora, afirmando que debían someterse al derecho y liberarlo. Ni siquiera la carta de Pablo VI, el pontífice amigo de la elite DC, cuya desesperación lo llevó a proponer a los captores su persona en canje por la vida de su amigo, logró cambiar esa fatalidad.

Una vez que avizoró su condena, Moro optó por transparentar su crítica hacia los liderazgos del partido, anticipando la traición de sus antiguos camaradas y la destrucción de la DC. En su penúltima carta escribe sobre Andreotti: “No es mi intención volver sobre su gris carrera. Esto no es un fallo, pero se puede ser gris y honesto, se puede ser bueno y gris, pero lleno de fervor. Y bien. Es esto lo que precisamente le falta a Andreotti. Cierto, él ha podido navegar desenvueltamente entre Zaccagnini e Fanfani, imitando un De Gasperi inimitable que está a millones de años luz lejos de él. Pero le falta justamente eso, el fervor humano. Le falta ese conjunto de bondad, sabiduría, flexibilidad, y claridad que tienen, sin reservas, los pocos demócratas cristianos que hay en el mundo. Él no es de estos. Durará un poco más o un poco menos, pero pasará sin dejar rastro”.
Por ello solicitó que sus funerales fueran privados y que no participara miembro alguno de la cúpula partidaria. Así fue. Le despidieron en dos ceremonias, una de Estado atiborrada con la socialitéitaliana, pero con un féretro sin cuerpo, y otra en privado con su familia y amistades, quienes nunca más se vincularon a la DC. Con los años su viuda daría a conocer detalles de las advertencias que ya habría formulado Kissinger en 1975 y 1976 a su marido, señalándole lo inconveniente, riesgoso y problemático para EE.UU. de su defensa de la opción progresista.

En Chile, el caso era seguido con atención. Aunque los hechores fueron condenados y luego absueltos, las incongruencias de sus testimonios así como la precariedad de sus medios, reflejaban que no eran los únicos autores. Las filtraciones de las indagatorias indican que la red operativa, incluía desde miembros de la P2, hasta agentes de las dictaduras militares de Videla y Pinochet, como Michael Twonley, y otros también pertenecientes a la CIA. Los mismos criminales que atentaron contra la vida de Bernardo Leighton y en Chile exterminaron a la dirección del Partido Comunista. Todo ello era el resultado de las acciones de la red Gladio y la famosa estrategia de la tensión, que tanto usaría como justificación en los 80 el mismo Andreotti para anular la crítica a su centrismo.
Estos ataques significaron un punto de inflexión en la dirigencia de la DC chilena, optando por asumir resueltamente la lucha contra la dictadura. Si bien en los primeros años de régimen militar parte de la cúpula del partido apoyó el golpe y la junta de gobierno, asumiendo la tesis de la “independencia crítica y activa”, esto ya resultaba inconcebible. Luego, el manifiesto “Una Patria para Todos”, lanzado en 1977, adquirió mayor fuerza tras la muerte Moro. Ahora de la defensa de la vía electoral contra la dictadura y la acción concertada con la izquierda, adquirían el consenso unánime. Después vendrían los tristes acontecimientos de relegaciones, atentados, desapariciones forzadas, y los homicidios selectivos, como el degollamiento del sindicalista Tucapel Jiménez o el envenenamiento del ex Presidente Eduardo Frei Montalva.

EL FIN DE LA ERA ANDREOTTIANA Y EL PROCESO MANOS LIMPIAS

Hacia 1992 comienza un periodo de sucesivos procesos judiciales en contra de renombrados políticos de la DC y del PS, relativos a redes de corrupción y negociaciones incompatibles de gran envergadura. Ese año, Andreotti, ya devenido sucesivamente ministro de los gobiernos del socialista Bettino Craxi, estuvo a punto llegar al Quirinale, pero su ascenso fue truncado. El proceso de Palermo y Peruggia en su contra y la operación “Manos Limpias” contra líderes socialistas, que lo involucraban en la red llamada “Tangentópoli” de Milán, la ciudad de los sobornos, provocaría no sólo la desintegración de su poder, sino la del partido y, con ello, parte esencial de las bases de todo el sistema partidario de la primera república.

Muchos especulan que en cada conspiración que agitó a Italia post 1978, la mano nera fue la de Andreotti. La sucesión de homicidios, muchos de ellos, extraños suicidios y atentados incendiarios, en los cuales terminó implicado, lo situaban como una pieza clave del iter críminis: mandante, facilitador, cómplice o encubridor. Entre estos, se encontraban las muertes de Mino Pecorelli y del General Della Chiesa, vinculados a los secretos del caso Moro; la del banquero Michele Sindona envenenado mientras estaba preso; los atentados contra el senador Salvo Lima y el juez Giovanni Falcone, reconocido prosecutor antimafiaA contar de 1992 compareció simultáneamente ante los tribunales de Roma, Palermo y Peruggia, siempre por “concurso exterior en delito de asociación mafiosa”. En unos y en otros casos los mafiosos de la Cosa Nostra Gaetano Badalamenti y Gino ‘Totó Rina’ se repiten como autores intelectuales o instigadores. El onorévole, era como muchos decían un “punchudo”, un aliado que habría pactado con ellos, revelándose su jerarquía en “el saludo de beso” que habría dado a Rina. Sin embargo, cuando eso se hizo público, en una astuta jugada moralista, Il divo consiguió ser recibido por Juan Pablo II: a él también lo reverenciaba y besaba.

Aunque de todos los procesos resultó absuelto, ya por haber prescrito la acción penal, ya por no tener méritos en la causa, según sentencias de la Corte Suprema dictadas entre el 2002 y 2004, llama la atención que tales fallos efectivamente reconocieran su responsabilidad en el delito asociativo como una concreta colaboración con la mafia y su protección “paralegal”.

Andreotti conoció entonces el rechazo social y el declive del poder que detentó por 45 años.

Con la caída de Andreotti y de Craxi se agota la primera República e Italia ingresa a una etapa histórica de desorientación, pérdida de la identidad política en su proyecto país y deslegitimidad de la estructura institucional vigente. La crisis alcanza tal nivel que tras sucesivos llamados a la refundación de los partidos y del Estado, que incluso venían desde el Vaticano, el parlamento se disuelve en 1994. El soporte que brindaban los tres grandes partidos: DC, PS y PC que habiendo o no cogobernado se desintegró y el mayor perjudicado resultó ser el partido de Il divo. Las propuestas de socialdemocracia, humanismo cristiano y justicia social fueron reemplazadas por las “caras nuevas” y la apolítica, dando paso a la segunda república.

LA SEGUNDA REPÚBLICA: VIDEOCRACIA Y NUEVA REALPOLITIK

Acaso una de las expresiones más frívolas de la política actual italiana sea la videocracia. En 1993, ante un debilitado consejo de ministros y con una ciudadanía abrumada por la corruptelas llega al gobierno el empresario Silvio Berlusconi, “Il cavaliere”. Un millonario Forbes, amigo de la corriente andreottiana y antiguo aspirante a la P2, que aprovecha el vacío de poder, y se instala en el Palacio Chigui. Quizás lo que más le importe sea la consolidación de su imperio financiero, que desde Invesmedia controla la prensa escrita, la televisión, el cine, la banca y las inmobiliarias.

Berlusconi es la figura política más importante de este periodo y su aporte revolucionario es el régimen de la videocracia. La banalidad, la desideologización, la sobreexposición de su vida privada, sus conflictos de interés y la, para aquellos años, novísima derecha popular, se entremezclan en sus partidos Fuerza Italia y el Pueblo de la Libertad. El marketing lo erigió en el símbolo de la meritocracia de derechas y su nueva realpolitik: el abogado trabajólico que acompañado de velinas (bailarinas de TV) resulta electo, una y otra vez, como el parlamentario “del amor”. Ya sea vistiendo de obrero de la construcción, de campesino o de él mismo, es simplemente un rockstar. Cuatro veces jefe de gobierno, su autoridad le ha valido una triste fama mundial como el responsable de la deficitaria balanza de pagos que mantiene a Italia presa de las imposiciones de la troika en la eurozona. Sus infalibles conexiones le permiten, a pesar de haber sido destituido del gobierno en el año 2011, ser elegido senador este 2013.

Tras el fin anticipado del gobierno de Il cavaliere, asumió el tecnócrata Mario Monti, cuyas medidas de restricción al gasto social desencadenaron un choque entre la ciudadanía movilizada y la lógica operativa de los partidos. Así, al tiempo que las reivindicaciones de la justicia social eran las mismas que hace 60 años, las últimas elecciones parlamentarias de Italia, atomizaron aún más las ya reducidas fuerzas partidarias surgidas tras “Tangentópoli”. Varios analistas se preguntan si este es tiempo de dar inicio a una tercera república, a un nuevo pacto social que permita restablecer los equilibrios democráticos, la responsabilidad de las autoridades y la confianza del electorado. Ello, pues la irrupción del movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo, que es contrario a todos los políticos, y la exitosa reelección de Berlusconi, ponen de manifiesto que la inercia política continúa. En tanto Monti apoyado por Pier Ferdinando Casini y los herederos de la DC, no fueron exitosos, y tras abandonar el ya por años demodé discurso de “el centro del centro”, optaron por una popularísima centroizquierda, pero repleta de neoliberales. La contrapartida la ofrece la derecha popular que se apropia del discurso de la justicia social y la reforma propugnados por las anteriores fuerzas democristiana, socialista y comunista. Pareciera que todo es slógan y que nada puede ser asegurado desde el Estado.

Lo mismo ocurre en Chile. Ahora que por años estuvo desdeñada la acción política, hoy ad portasde una elección presidencial, la derecha popular, émula de Berlusconi, tiene a su candidato Pablo Longueira proclamando con total desparpajo su apuesta “Por una patria más justa para todos”. Una verdadera impostura ideológica, cuando ha sido su estrategia neoliberal de desarrollo la que ha contribuido a concentrar la riqueza en unas pocas familias y a mercantilizar derechos como el de educación y salud, ungiendo a la precariedad laboral y el abuso de autoridad, ya en los mercados, ya en el aparato público, en la base de su poder. Tanto reclamó ante la carencia de un relato político en la derecha, que ahora se apropia de la ideología que trataba de old fashion y la desprovee de su esencia. Es sólo el envase, la carcasa.

Ciertamente, desde Italia, Andreotti y Moro marcaron a fuego a los partidos de inspiración cristiana, entregando las claves del ejercicio del poder. Mientras Moro es la figura heroica para las masas y un líder desdeñado por sus contendores debido a su ética política, la realpolitik de Andreotti es el paradigma del culto al poder, la “vicenda del eterno ganador”, una gloria que empieza y termina en él. Andreotti no dejó herederos, sólo imitadores. Su premisa de “el poder sólo desgasta a quien no lo tiene”, es capaz de deshumanizar cualquier intento por conciliar con su conducción del partido. Ahora el joven Enrico Letta, vicepresidente del Partido Democrático, fundado en el 2007 con bases democristianas, socialistas y comunistas, tras días de negociaciones, fue elegido Primer Ministro. En sus primeras declaraciones ha prometido la restauración de la república, y un nuevo pacto fundacional que erradique los feudos de la videocracia, acudiendo a la compañía de Il caro Aldo Moro y del onorévole Andreotti como consejero. Tras algunos días sin Andreotti y 35 años sin Moro, la crisis ante el vacío de poder y el averno nuevamente está en manos de un democristiano, uno que ahora no teme al compromesso storico.